Mujeres en Afganistán: reformular prácticas de resistencia
Colaboración publicada originalmente en El Economista.
Los ciclos de violencia inacabados en Afganistán durante los últimos 40 años han sido alimentados por actores nacionales e internacionales. Por un lado, la participación tripartita del gobierno afgano, las fuerzas extranjeras y los talibán en el mantenimiento del conflicto constituyen la cara pública de la disputa del poder. Mientras que en un nivel más profundo de confrontación y con mucha más desventaja las mujeres afganas también se han enfrentado a múltiples frentes, no solo los impuestos por la ocupación y la guerra que las han mantenido expuestas a un consumo cotidiano de imágenes y vivencias violentas, sino a la serie de prácticas en el ámbito de la vida privada que han configurado un mosaico de violencias en su contra legitimado por la misoginia de los diferentes gobiernos. A pesar de esto, las mujeres afganas se han movilizado desde el activismo, el periodismo, la ciencia, el arte, la política, el deporte, las universidades, las organizaciones no gubernamentales, clandestinas o mediante redes de apoyo dentro y fuera de Afganistán para lograr espacios de participación y denunciar la corrupción, la pobreza, el desempleo, la inseguridad y la injusticia imperantes en el país.
Según la Comisión Independiente de Derechos Humanos de Afganistán (AIHRC) los principales componentes de ese mosaico de violencias son la violencia física a manos de sus maridos o familiares quienes además de golpes, suelen ejercerles daños por quemaduras o ataques con ácido, abusos de poder que están intrínsecamente relacionados con la violencia económica que se les ejerce, sostenida en la prohibición del derecho a trabajar, a recibir herencias o tener propiedades a su nombre, además de que al tratarse de matrimonios arreglados o forzados, las mujeres muchas de ellas menores de edad, se integran a las familias del marido generalmente en condiciones de vulnerabilidad. Por otro lado, figuran también los asesinatos de mujeres justificados por faltas al “honor” o a la “vergüenza” cometidos por maridos o allegados bajo pretexto de la deshonra familiar.
Así como en la supervivencia del conflicto armado hay responsabilidades, las hay igualmente en la reproducción de estas violencias, las cuales han sido posibles gracias a la misógina institucionalizada y mantenida a través del tiempo, sea con los talibán (1996-2001) cuyo gobierno autoritario bajo una interpretación empobrecida, conservadora y punitiva del Islam ha normalizado los abusos a los cuerpos ajenos, especialmente femeninos pero también de las minorías étnicas y religiosas. Sea con los gobiernos centralizadores de Hamid Karzai y Ashraf Ghani, quienes alejados de las dinámicas tribales del Afganistán rural dejaron que los señores de la guerra, protagonistas de la expulsión de los soviéticos y acusados de crímenes contra la humanidad afianzaran sus liderazgos tribales y sus riquezas e incluso, formaran parte del gobierno, como son los casos de Mohamed Qasim y Karim Jalili, vicepresidentes del gobierno de Karzai con el beneplácito estadounidense.
Así, la combinación entre gobiernos con poco o nulo interés en los derechos de las mujeres, la vigencia de prácticas conservadoras y patriarcales provenientes del derecho consuetudinario tribal, la interpretación punitiva del Islam profesada por líderes religiosos y por los talibán, más las condiciones de pobreza de un país destrozado por la guerra y la memoria viva de las mujeres afganas que abiertamente rechazan el regreso actual de los talibán, quienes en un intento por conseguir aceptación internacional han buscado camuflarse en discursos de buenas intenciones y amnistías, configuran un escenario pantanoso en donde las mujeres afganas, echando mano de sus propias experiencias organizativas, según sus formas y sus tiempos, una vez más, se verán en la necesidad de reformular sus prácticas de resistencia.
Es politóloga por la Universidad Autónoma Metropolitana, maestra en Estudios de Asia y África especialidad en Medio Oriente por El Colegio de México y actualmente doctoranda en el Departamento de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid. Es autora del capítulo “Irán frente a los dilemas del conflicto afgano: alianzas y contrapesos” y del artículo Jineolojî: pensamiento crítico y prácticas emancipadoras desde el Kurdistán. Su tesis de maestría se tituló Afganistán entre palabras y misiles. Intervención extranjera, inseguridad y crisis socio-política 2001-2017. Se interesa por el análisis de las múltiples expresiones de violencia, las relaciones entre cuerpo, poder, dominación y resistencia, así como, los procesos de organización de las mujeres en contextos de violencia.